sábado, enero 12

Una de vaqueros

Después de un robo a casa habitación uno trata de adaptarse a los vacíos, quizá para unos los objetos son objetos y así como vienen se van, estoy de acuerdo. Pero todo tiene una caducidad propia, no es lo mismo que la leche caduque un día, a tirar la leche que aún sirve. No es igual tener una sencilla camarita digital, que se descomponga y se vaya al cuerno, a que desaparezca sin más ni más de tu propio domicilio en manos de un ladrón. No es lo mismo envirular tu laptop, descomponerla de algún modo, a que ese mismo zángano se la lleve de tu casa.

Los objetos son eso, objetos que uno compra, recibe, crea y les da cierto valor en la vida cotidiana y de trabajo. No es que uno sea apegado a la materialidad de sus posesiones, ni que viva pendiente de la posesión. Sino que irse haciendo de un pequeño equipo para crear, para trabajar de manera más rápida con comodidad y calidad, es uno de los objetivos -aparte de otros obvios- de trabajar. Cuando uno de esos vaqueros que gustan de lazar objetos ajenos entrando a la propiedad privada de manera arbitraria, de veras que se siente una rabia y una impotencia bien bien triste.
Y creyente o al menos con la esperanza de creer, uno decide denunciar, irse a hacer tiempo a las instancias policiales para que no quede, sin precedente el hecho, el hurto, el robo, la voracidad de esos zánganos que le han hecho lo mismo a muchos ciudadanos, -por lo menos yo conozco a 10 más que les ha sucedido en los últimos 2 meses-y bueno nada malo sucede en esas instancias hasta puedo decir que me trataron excelente, hasta con incienso de patchuli salí del recinto policial.
No pretendo hacer un movimiento antilacras, ni tanto escándalo, pero me parece sorprendente que los delincuentes ya sientan que uno les compra regalitos y que tan conchamente puedan entrar por ellos el día que tienen tiempo de hurgar entre las cosas.
No tengo idea de lo que puede hacerse para que no roben, pero si sé que nuestra sociedad está en latente descomposición y se necesita algo más que buenas intenciones. El sistema político y económico ha creado una parvada de resentidos, que se alimentan de drogas-alcohol y ratería. ¿Quién querría trabajar en una maquiladora que se fugará con la producción y seguramente antes de pagar la quincena? ¿Quién querrá quedarse a laborar en una tienda donde destruyen comida frente a tus ojos, y tú con un hoyo en el estómago? Esta Ensenada y su más grande población de científicos tiene un tejido grandisisisisimo de: lavacarros, limosneros, mendigadores para casas de rehabilitación, descoyuntados, enfermos que deambulan con su miseria y locura a cuestas, malandros y cafres.
Esta Ensenada, con su vinito y sus grandes ferias de todo lo que se come y se bebe, está cubierta de todo tipo de alarmas que suenan todo el día, está rellena de basura y ruido. De vaqueros que lazan objetos ajenos en propiedad privada.