sábado, julio 12

La calle. Dolor de cabeza. Llanto.
No puedo comprender este transtorno que golpea mi vida. La sien, las sienes punzantes.
Recuerdo claramente el comienzo. Yo era una mujer con alas, planeando sobre las carreteras marinas, por encima de los bosques, hasta avanzar sobre la selva y los cañones. Aterricé y repentinamente me encontré con un arnés invisible que sujeta mis alas al volar. Globo de helio, diente de león...

No me funciona el cerebro y la coordinación de mis manos es una locura, ni se digan los pies cada uno camina cuando le da la gana y para el lado que quiere. Soy más que un desastre la casa en ruinas de un enorme barrio de vencidos y aguilas tuertas, donde la basura esconde su mugrosa grasa, y los olvidados no son estrelllas de cine.

La gente camina a mi lado. Lo urbano no es una taza de café rápido, lo urbano es beber del vaso desechable con los restos de café rápido, urbano no son los camiones que atraviesan la avenida sino el grito de pendejooooo al que cruza la calle por las franjas amarillas.

Pinches alas, ya para qué las quiero, no las puedo quitar ni usar. Yo era una mujer-viento, una tela voladora entre los vivos. Deambulo, con el ego herido, la ropa enorme.

Yo sería minimalista sino tuviera tantos detalles en mi vida. Sino tuviera la mente saturada de llantas, hojas, empaques vacíos, ideas, vasos, latas, servilletas arrugadas, sucias rejas, bardas rotas.

Un cigarrito. Una estrella y por fin nada prohibido.