jueves, julio 9

Cuando una gata se va

La Nina
en su origen de maullido, en su paso ya de 15 años, en su rasguño perpetró la imagen y cariño de ser parte de mí familia.
La Nina se fue, asustada, no se si ya esté en el cielo de los gatos o disfrute de otro boyler y otras croquetas en alguna casa de adopción.

La Nina llegó una tarde en brazos de Paty, un regalo viviente para Daniel y para mí.

Le gustaba subirse al hombro de Daniel mientras hacia la tarea, comer el queso de la pizza al menor descuido del dueño.
Jugar con pelotas de todo tipo, atrapar pájaros y ratones, poner en paz a perros abusivos, y asilar en su canasta caninos enfermos.

En más de una ocasión adoptó y alimentó con sus croquetas a gatitos paridos o abandonados en la calle.
Un día la Nina y yo, lloramos en la ventana, un dolor que yo sólo presentí en sus ojos llorosos y su maullido entrecortado.

La Nina escuchaba a Aute con la fascinación del descanso frente a la bocina del estéreo, le gustaban las chuletas ahumadas, pero no el jamón de pavo, ni el tocino, la Nina bebía mucha agua.

La Nina me acompañó cada mañana en el patio trasero de la casa a fumar un cigarro y tomar café, se echaba junto a mi con las patitas al aire y me cerraba los ojos.
La Nina tocaba la puerta para ver si estábamos en casa.
No le gustaba estar encerrada en dentro de la casa, escuchaba la sed de los pájaros desde su trinchera-lavadora.

Le gustaba asustar al repartidor de gas, brincándole desde atrás del boyler.
Le daban miedo las escobas.

Extraño su voz surcando la noche, sus buenos días
extraño a mi entrañable Nina.