martes, agosto 30

1

De tantas cosas que vuelan a nuestro alrededor. Unas golpean la cabeza, otras se enredan en el cabello y sólo salen con el cepillo, otras se embarran y se quedan pegadas a las costillas. Pero hay unas que son importantes, imprescindibles y que pasan de largo dando tumbos entre el cielo y la banqueta, como viles periódicos viejos. No las tomamos. Las contemplamos seguir su camino seguramente llegarán a un lugar. Al basurero, a las manos de algún manipulador, al desagüe, o simplemente seguirán su camino de tumbos repartiéndose en pedazos por la calle.

Cuánto de tensión puedo acumular, sin que se me trabe la columna vertebral, cuando llega a mis manos un trozo de esas vidas que pasan de largo, la desesperación de no haberlas leído a tiempo, la angustia de ya no poder reunir los pedazos que le faltan y que quedaron en otras miradas manos y cuerpos, en el pasado cercano, intangible, inmóvil.

Pero no es la vertebral dolencia, ni el músculo maltrecho el que abruma
es el fragmento herido que depositado en mis manos quema.

Lloro mi indiferencia
porque odio la indiferencia
LLoro los ángeles que no deposité, y las palabras que no di.
Derretida en mí sal.

Una noche, una noche más con la mirada bajo las cejas descartando posibilidades de armar de nuevo la historia.

Dos niños columpiándose en cananas y cuchillos,
caminan silenciosos y sólo se escucha su arrastre de espuelas.

Dos niños que su lengua profiere un aterrador viaje
entre el amor y la violencia.

Dos pares de ojos
que se atrabancan el brillo y cancelan la vida

Dos dos dos dos, suma de personalidades
de llantos y galletas horneadas en otra casa

Dos siempre dos aunque sea dos instantes
de abrazos largos de llantos tendidos

dos vuelve vuelve, a vivir la ternura
de tu propia ansiedad. FCR

No hay comentarios.:

Publicar un comentario