viernes, enero 31

La maldición

El otro día me salieron un par de incómodas alas, me di cuenta de su nacimiento mientras me bañaba, una espeluznante comezón me arrebató el placer delirante del agua reflexionando sobre la piel. Siempre quise tener alas, no con la idea de sentirrme pájaro, ni libre, ni llevar en el cuerpo un signo de diferencia. Quería alas porque sí, porque me parecía buena idea sobrevolar el puerto, y la sensación del vuelo me era una idea fantástica. Ante la incomodidad de lo que pienso ahora es un injerto fuera de tiempo, un resquicio de adolescencia, son incomodas y difíciles de esconder, no puedo andar volando por ahí como si nada, sin que al aterrizar -algo que hago tan atropelladamente, al igual que caminar...y voelar- los conocidos me miran como un ente al que dejaron de conocer, los amigos ríen, mis hijos se enfadan de la diferencia y de mi vuelo atropellado. Jamás dejará de ser cuestionado el asunto de mis alas.

Como tantos placeres practicados en la oscuridad debo volar de noche a escondidas. El estigma de: ella, la que tiene esas raras alas porque es un monster, porque quién sabe qué poderes brujeriles empleó para tener tal cosa, o quien sabe de qué quimera nació. Nada reivindica mi alado cuerpo y menos siendo un desastre volador. Como la mayoría de los defectos que tratan de esconderse, esta mañana con el dolor que provoca auto-amputarse un miembro me medio corté el ala derecha,duele cuando se mueve la raíz que la agarra a mi escápula. Nada, ahora me siento chueca, peor de diferente, adolorida, triste pero con la certeza de que jamás volveré a cortarme esos apéndices de gárgola que me han tocado por destino. Finalmente llegué a la conclusión de que si volar con alas propias es lo que hace la diferencia entre el dolor de ser o no ser y cortarse un miembro, pues prefiero seguir volando y malaterrizando que sentir ese dolor físico de la diferencia amputada.
Flora Calderón Ruiz

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