viernes, enero 31

Tensión eléctrica. Una madeja de cables pende del poste, conectores extraños distribuyen cierta energía que hará explotar el transformador en algún momento. El viejo de la calle hace dibujos en un manchado cuadernillo, se que dibuja porque a veces miro de reojo qué hace, nos miramos, está recargado en el poste de la energía eléctrica. Hoy no es grito sino turbio silencio, la primera lluvia del año en un puerto desértico es una maravilla pero también con el tiempo, se ha vuelto presagio. La gente dice que cuando llueve en Ensenada, los hospitales esperan a los enfermos de lluvia, en la calle todo mundo camina rápido, los carros se aprestan a pasar las avenidas medio encharcadas como si fueran a quedarse eternamente en una de ellas, condenados a no salir jamás de ese charco. Hay quienes no mandan a los niños a la escuela. Otros no van a trabajar.

Cuando llueve la noche es solitaria. Cuando llueve no puedo dejar de mirar ese poste, y al vejo de la calle; es como si en ellos se reuniera la tensión, la barba llena de piojos y el poste lleno de conexiones enmarañadas. Si llueve son más nítidas las cosas, las casa recién bañadas y peinaditas.

Me restregué los ojos. Intenté no caer. No electrocutarme. El chicoteo del cable y mi cuerpo húmedo. Desde la banqueta, la mejilla mojada, los zapatos sucios del viejo de la calle y el látigo cable me impiden moverme. A ras de suelo la lluvia, la electricidad y la tensión son otra perspectiva de la insondable capacidad del miedo.
flora calderón ruiz

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